¿marcela brane está más linda que nunca?

lunes, 21 de julio de 2008

A ella. ( mí autoría )

A ella.

Sentí sus manos suaves, igual de suaves como el resto de su piel, como si fuera una muñeca de trapo hecha de la más fina seda. Su perfume inundó cada porción de mi pecho, me llenó de vida, de primavera y de colores. Sus ojos me miraron devuelta, mientras su pelo se movía despacito con el viento.. y fue en ese momento, en el que una voz tan dulce y hermosa como la voz de las sirenas que acechaban a Odiseo, se escurrió de entre sus labios serenos, dejando caer palabras de amor que erizaron cada centímetro de mí.
y ahí fue cuando me desperté. Otra vez me pasó lo mismo, volví a soñar con ella. Una noche turbia llegó a mí su imagen, entre alcohol y cafetines húmedos, y se instaló. Nunca la vi, nunca la crucé, nunca supe de dónde salió, pero ahí estaba, latente como una herida en carne viva incrustada en el medio de mi pecho, sangrante, profunda, eterna.
Al principio la busqué en revistas, en mis vecinas, en mis compañeras de trabajo, pero nunca la encontré. entonces la dibujé, pero nadie la reconoció.
Entonces, qué podía hacer yo, mas que perseguir un espectro que nunca existió?
Todas las noches era el mismo sueño, era encontrarme con ella, tomarla de las manos y caminar, y estar con ella, y escucharla, y ser feliz, la única rutina de mi monótona estructura diaria, repetida una y otra vez. Llegué a depender de su aparición, y después .. después me enamoré, y perdí el control: ahí fue cuando abandoné el reloj, los fines de semana de jolgorio, la televisión y la felicidad. Pasaba las horas sentado en ese inmundo café, tragando whisky hasta el extremo más grotesco de la ebriedad, sólo para dormirme sentado en la misma mesa chiquita de la esquina del cuadro de Van Gogh. Cuando dormía, soñaba, cuando soñaba, la veía a ella. Era tan real, tan reconfortante, era la viva imagen de la felicidad ... pero no era mía, no era de nadie, porque nunca vivió. Y cuando me di cuenta de eso, fue que no pude vivir más sin sentir una presión descomunal sobre mi pecho, un vacío frío y estéril, ahí me sentí clavado a la existencia más mundana y frívola que un ser puede conocer : la existencia del pobre infeliz que no consigue el amor.
Y así fue como tomé más whisky, y así empecé a llorar, mirando siempre los mismos girasoles impresionistas, pensando en cómo aquel desdichado pintor entregó a su amada una parte de sí. Cómo podía yo entregarle algo, si ella nunca existió?
Ahí fue cuando dejé mi trabajo, dejé de ser un humano, y me convertí en un ente detestable y asqueroso, hambriento de calor, anhelando la tibieza de su cuerpo desnudo sobre mis sábanas vacías, frías.. sin saber hacia donde correr para satisfacer ese deseo imperioso de ser querido, de una pasión efervescente y totalmente desenfrenada, de amarla y que sea mía por el resto de los tiempos, de mirarla de frente y perderme entre las dulces caricias que sus ojos parecían darme en mis sueños.
Y ahí fue cuando no pude más, me levanté de la mesa, abandonando los girasoles inmortales de Van Gogh, y salí del cafetín. Ahí paradita en la esquina de Boyacá estaba ella con un vestido blanco, fresca, abajo de la lluvia helada, en el medio de otra tarde gris y sucia de Buenos Aires.. Estaba ahí, me miró y la miré, corrí hacia ella, tomé su mano, y me fui.

Hasta nunca cafetín.


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